Biografía
TEXT ADVENTURE
Teléfonos, mensajes o aviones. Todos pueden romperse, todos pueden fallar. Dejar que las palabras queden por decir. Hay tantas formas de perder la oportunidad de contar algo. También está la timidez. David Roy y Steven Scott son dos chicos de Glasgow hartos de volverse mudos delante de una chica. Text Adventure son todas las cosas que quedaron por contar y “I Believe In Lassies” diez canciones llenas de norte y de mediodía.
Carreras entre los charcos, promesas en la rama de un árbol. Cada tarde, David y Steven salen a buscar la nariz más pequeña y las mejillas más rojas de toda la ciudad. David les tiende juegos de teclas y botones montados sobre las cuerdas de una guitarra y Steven canta como si a los recuerdos más despistados les hubiera dado por volver y ahora estuvieran justo ahí. Estas canciones se levantan sobre líneas delicadas de guitarra acústica, hinchadas con teclados baratos y estampadas de baterías. Sobre ellas, una voz trae el mejor olor. Electrónica de alcoba y melodías clareadas. Si en “The Golden Portion”, su debut editado por el sello Skylab Operations hace dos años, todo eran trabalenguas hechos con ordenadores viejos, aquí David y Steve se han sacudido cables y cortocircuitos para regalar un álbum folk sobre chicas y chicos que piensan en chicas. Un disco para perder el miedo. Los suyos, son anhelos de colegio y de barrios teñidos de hollín. De los inviernos de niños.
Un coche abandonado en el campo, invadido por la hierba y los animales más pequeños. El volante y el plástico moldeado al sol, la tapicería tan raída por los años y el polvo. Así, estas canciones resbalan y nos caen dentro, se acomodan en algún lugar de nosotros. En “If It Could Talk, It Wouldn’t Say Anything” el trazo de la guitarra se plaga de timbres y termitas. Los acordes y las texturas se abrazan dejando hueco a la manera tan íntima que Steven tiene de cantar. Hacia la mitad, la canción se desdobla y se parte en dos. “I’m Losing My Reflection” es una llamada en mitad de la noche. El temor de perderse en uno mismo. Esa voz nos sopla en el cuello, habla de todo lo que escondemos y nos pide olvidar.
El calor de la habitación se agarra a cada nota, acaricia todo lo que toca. Grabado en un ocho pistas, David dibujó esta música probando una guitarra que encontró en casa de sus padres. Esas partes inventadas las vestía de flautas, metales, zumbidos, ritmos y madera. Estas canciones se prendan de ese cariño. Una luz blanca estalla en “Cowboy Shadows” y todo se conjura contra la confusión y el dolor. Una canción que patalea, nos rodea y suena como lo harían Hood empapados en sandía. La esperanza de vivir cada día como un descuido. Los secretos se nos caen de los bolsillos, dan contra el suelo, se abren y hacen ruido al murmurar, o eso cuenta “I Might Be Silly”, una nana con forma de piedra preciosa que acaba por arañar. El camino de estas líneas llevan a un rincón donde lo indeciso se vuelve confiado y las esperas terminan al compás del Jim O’Rourke más entusiasta en la sorpresa de poco más de un minuto con la que todo se apaga. Hasta entonces, un cuaderno donde encontrar valentía, tiempo y canciones hechas con el aliento de lo que no puede esperar.
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